Compartimos con ustedes un artículo publicado en El País en el que se habla del «tiempo de calidad» que pasan los padres con sus hijos.
Antes de que empiecen a leer, yo, Gustavo Hernández, director de la Escuela Infantil Pizquito les dejo la siguiente reflexión: evidentemente el tiempo que pasamos con los hijos debe ser tanto de calidad como de cantidad. Partíamos de una situación histórica de desigualdad de géneros que ya implicaba que la mujer fuera la que pasaba más tiempo con los hijos y la que más se ocupaba de su crianza y educación. Esto ya de por sí, al tener que complementarlo con labores del «hogar», implicaba que no todos los tiempos fueran de la misma calidad.
La incorporación de la mujer al mundo laboral unido a la «no suficiente implicación » de la figura paterna ha ocasionado la aparición de ese papel de superwoman de la mujer, siendo esto tan injusto y desigual, en el fondo, como la situación anterior.
En este proceso donde todos nos hemos ido «precarizando «y los horarios labores se extienden cada vez más y la conciliación no avanza al mismo ritmo que las necesidades sociales, es donde vemos que al final la trampa es que perdemos tiempo con nuestros hijos y que por mucho que les demos calidad de tiempo, es insuficiente.
Por ello, lo que vemos como necesario es que la sociedad, las empresas y centros de trabajo y nosotros individualmente seamos los que equilibremos esta balanza de por si inestable.
Que duda cabe de que una de las mejores inversiones que puede hacer una sociedad es apostar por su futuro, por las personas. Para ello tenemos que formarlas en vivencias, actitudes, valores, de felicidad compartida etc. Y es ahí donde la familia adquiere aun mas protagonismo y tenemos que articular los medios para conseguirlo pero sin dejar recaer el peso exclusivamente en la mujer. También podemos hacerlo desarrollando el rol del padre de una forma más igualitaria y justa.
A continuación, les dejamos el artículo mencionado:
«Yo he visto crecer a mis hijos en pijama», me respondió hace años un jefe cuando me quejé de un cambio al turno de noche. Esta frase, que venía a ser un «así son las cosas», aún me resulta triste cuando la recuerdo. Porque efectivamente, no hay más que mirar alrededor para ver padres y madres que, entre semana, solo ven a los niños, con suerte, media hora o una hora antes de que se acuesten. Incluso teniendo ahora un buen horario y pudiendo pasar toda la tarde con mis hijos -para lo bueno y para lo malo-, en época de colegio, esto suponen unas cuatro horas y media al día, es decir, ni un tercio del tiempo que pasan despiertos.
Así que para exprimir esas pocas horas que les vemos al día, tenemos que dedicarles el famoso tiempo de calidad. Esa teoría por la cual esa media hora, si les dedicas toda tu atención, jugando, contándoles el cuento de antes de dormir, cuenta más que 10 horas juntos en las que no les haces tanto caso. Está tan extendida esta idea que si buscas «tiempo de calidad» y niños en San Google, obtienes más de tres millones de resultados, con multitud de artículos sobre la importancia esas migajillas temporales y consejos para exprimirlas al máximo.
Pues vaya timo. No soy una conspiranoica, precisamente, pero, ¿a quién conviene esta teoría? A las empresas, al sistema productivo absurdo en el que vivimos. Ese por el cual hay que pasar cuantas más horas en la oficina, mejor. Ese por el que cuidar y educar de los niños, es decir, de los futuros adultos, es una tarea menor, mucho menos importante y peor vista socialmente que trabajar fuera, sea de lo que sea. Ese por el que pagamos a alguien para que cuide de nuestros hijos mientras nosotros trabajamos, una persona que a su vez paga o tiene que recurrir a otras personas para que cuiden de los suyos. Como opinaba el psicólogo Alberto Soler Sarrió en esta entrevista, «que nos digan que media horita de calidad es suficiente, en cierto modo nos alivia. Es una especie de anestésico social para no sentirnos culpables».
Y claro, ahí están, los padres y madres de la media hora que, nada más llegar a casa y sin apenas tiempo para quitarse los zapatos, se tienen que poner a dar calidad a sus minutos. Da igual que estén cansados, estresados o de mal humor. Da igual que haya habido que mantener a los niños despiertos más allá de su hora, muertos de sueño o ya pasados de rosca, para que puedan recibir su tiempo de calidad. Y a veces, los horarios son tan demenciales que no da ni para eso. Una madre me contaba cómo durante un tiempo había tenido que pintarse los labios, algo que no hacía nunca, para dejar la marca de un beso en la cara de sus hijos y que estos la vieran al despertarse. Una verdadera madre desaparecida, como tan bien refleja este artículo de Laura Baena, de Malasmadres, y el vídeo que puedes ver más abajo, que da mucho que pensar.
Tampoco salen mejor parados los progenitores que pueden aportar cantidad, por tener un mejor horario o por trabajar en casa. Al final, las obligaciones cotidianas y el agotamiento dejan poco tiempo para hacer a nuestros hijos el caso que quisieran. Así que, como describía Lucía en su blog Planeando ser padres, te encuentras con que después de toda la tarde con los niños, a quien reciben con verdadera alegría es al padre pródigo, que es el que llega a dar el dichoso tiempo de calidad.
Hagas lo que hagas, des tiempo de calidad o cantidad, es una trampa para los padres, siempre con la sensación de que no llegan. Pero lo pagan sobre todo los hijos, no solo cuando son niños, sino también de adolescentes. Porque necesitan tiempo, a secas. Atención, pero también presencia, alguien que les haga caso, pero también una figura que esté ahí para cuando lo necesiten.
Acabemos con el tiempo de calidad y luchemos por ganar tiempo, sin calificativos.
Fuente: elpais.com