Nuestros pequeños distinguen entre lo que está bien y lo que está mal a una edad muy temprana y es realmente sorprendente. Lo que no está tan claro es si la moral en la infancia se desarrolla de la mano del desarrollo cognitivo, pero un completo estudio científico del año 2010 ofreció unos resultados muy sorprendentes y llamativos.
En la década de los años 80, los psicólogos comenzaron a investigar el conocimiento de los bebés a través del movimiento de sus ojos. A grandes rasgos, la ciencia ha demostrado que, del mismo modo que hacemos los adultos, los recién nacidos miran durante más tiempo aquello que capta su interés y atención. Es una forma sencilla, poco sofisticada pero efectiva, de saber qué les interesa, y este fue el punto de partida de una investigación liderada por Paul Bloom, profesor de psicología de la Universidad de Yale (EE.UU.), su mujer Karen Wynn y Kiley Hamlin, del Laboratorio de Cognición Infantil de esa universidad.
Este equipo de investigación se centró en estudiar con detenimiento y en profundidad la capacidad de valoración moral de los niños y niñas desde muy temprana edad, entre los seis y diez meses. Las conclusiones del estudio fueron plasmadas por los investigadores de la prestigiosa universidad en un libro, dando por demostrado que los pequeños recién nacidos rechazan a las malas personas y sienten atracción por las buenas.
Los investigadores aseguran que los bebés no son moralmente indiferentes. Y lo sustentan en su capacidad para hacer muecas o retirar la cabeza frente a aquello que es malo o es feo. Según los responsables de este estudio, los niños nacen con un instinto que les permite diferenciar entre lo bueno y lo malo.
Por si te resulta curioso, la investigación consistió en reproducir un espectáculo de marionetas de madera en el que una bola subía ayudada por un triángulo amarillo y otras no lo conseguía por la oposición de un cuadrado azul. El 80% se decantaba después por la figura “positiva”, útil, “al buen tipo”, como afirmaba Paul Bloom . Parecida a esta situación, reprodujeron los científicos dos contextos similares: uno con dos ositos y un perro y el de un gato con dos conejos. Siempre un personaje ayuda y el otro resta. Y los peques escogían al primero. Por eso, los investigadores concluyeron que los recién nacidos puede que ya vengan “de serie”, desde el nacimiento, sabiendo diferenciar entre el bien y el mal.
Estos resultados contradicen la opinión de investigadores clásicos como Sigmund Freud, que defendían una posición contraria a la del instinto: creían que los seres humanos nacemos como si fuéramos un folio en blanco en lo que a la moral respecta.
Lo cierto es que el planteamiento de la investigación de Bloom no tiene en cuenta lo más esencial de este debate entre el bien y el mal: qué es el bien y qué es el mal, y cuan subjetivos son estos dos conceptos que van unidos a la empatía.
En cualquier caso, lo que sí está claro es que “antes de los dos años el niño no diferencia sus emociones de las de los demás, por ello no puede llegar a ser emocionalmente empático”, afirma la psicóloga Esther Blanco.
Es “a mediados del segundo año, gracias a la diferenciación de su propio yo del de los demás”, cuando los peques “ son capaces de usar la empatía y comprender las emociones ajenas”, señala la experta de Persum. “Y es en contacto con las figuras de apego donde aprende a expresar, interpretar y compartir las emociones”, añade.
Blanco, a diferencia de Bloom, cifra en dos años el momento en el que muchos pequeños pueden ser conscientes “de las conductas que están prohibidas en casa o que pueden molestar a otros”, y esto es así, explica, porque “desde el segundo año de vida los niños observan la emoción del progenitor antes o después de la comisión del acto indebido”. El niño observa y tiene capacidad de empatizar y de mimetizarse con esa emoción ajena. Y entre los dos y seis años es cuando “incrementan en sus conversaciones diarias las referencias sobre lo que está bien o está mal, lo que se debe o no hacer, al mismo tiempo que van aportando justificaciones cada vez más sofisticadas sobre los juicios morales”, remata la psicóloga, que recalca que los “juicios que el niño va emitiendo están basados en la opinión de quienes para él son fuente de autoridad” y en base a su capacidad de razonamiento, que también influye en sus reflexiones. “La capacidad de razonamiento es importante para poder comprender valor y norma moral, pero más importante aún son las vivencia emocionales sobre todo de tipo empático que aportan los padres y demás personas que interactúan con los pequeños”, concluye Esther Blanco.