Sí, poner límites y normas a los niños es uno de los pilares de la educación. Los necesitan para crecer, aprender y relacionarse con su entorno de forma saludable. Sin embargo, hemos de tener cuidado con el exceso de normas o que estas se conviertan en un enorme listado de cosas que no deben hacer.
Cosas que no deberíamos prohibir a nuestros hijos
Cometer errores: ¿a ti te gusta que te regañen y te griten cuando cometes errores? A un niño tampoco, más aún cuando está en pleno proceso de aprendizaje y todavía le cuesta hacer determinadas cosas como atarse los zapatos, hacer bien su cama o guardar cada juguete en su sitio. Lo importante es ayudarles a mejorar día a día y darles el tiempo y las pautas necesarias para que vayan aprendiendo poco a poco a hacer tareas que a nosotros nos parecen sencillas, pero a ellos, un mundo.
Llorar: frases como «no llores» o «deja de llorar de una vez» sólo enseñan a los niños que llorar es malo. Si cada vez que lloran les regañamos e incluso gritamos, comenzarán a reprimir sus emociones, intentarán no mostrarlas o exteriorizarlas y se convertirán en adultos que no manejan bien sus emociones. ¿No es mejor preguntarle por qué llora y darle nuestro apoyo? ¿No es mejor abrazarle y hacerle sentir querido?
Decir no: a pesar de ser un niño y a pesar de que nosotros somos quienes marcamos las normas y nuestros hijos deben obedecernos, no quita que el niño no sea un miembro más de la familia con voz y voto. Frases como «no vuelvas a decirme que no, aquí se hace lo que digo yo y punto», convierten a nuestros hijos en sumisos y conformistas. Debemos dejar un espacio en el que el niño pueda expresar lo que le apetece o no apetece, lo que quiera o no quiera hacer.
Expresar su opinión: con la excusa de que son pequeños y… «ellos qué sabrán», no les dejamos espacio para expresar sus propios pensamientos y deseos.
Ser inquieto, curioso y ruidoso: Los niños corren, saltan, chillan y ríen con fuerza. Los niños hacen travesuras, tienen rabietas, desobedecen, son nerviosos, tienen mucha energía, curiosean, se prueban, descubren, se equivocan… No son muebles de escritorio… ¡Son niños! Y así, en definitiva, es como los niños son felices, haciendo ruido. Nosotros debemos enseñarles a comportarse en cada lugar, pero, en definitiva, no podemos obligarles a estar callados, quietos y serios en todo momento. Cuando un niño juega y chilla, es feliz.
Comer solos: con el pretexto de que se van a manchar o que son muy pequeños, muchos padres tienden a darles de comer ellos mismos a edades en que los niños ya son capaces de llevarse el tenedor o la cuchara a la boca sin ayuda. Es una actitud de sobreprotección que no ayuda al niño a desarrollarse.
Tener miedo: los miedos en la infancia son normales. De hecho, hay miedos que están asociados a cada edad, a medida que crecen los niños desarrollan unos miedos y superan otros. Nunca debemos prohibir a los niños tener miedo de la oscuridad, de los perros, del médico, de estar solos o de los extraños. No hemos de hacerles sentir avergonzados por tener miedos y sí debemos estar con ellos y acompañarlos para poder superarlos.
Tener secretos: todos tenemos secretos y aunque los padres hemos de someter a nuestros hijos, como decía mi madre a una «libertad vigilada», hemos de respetar su intimidad y su pequeña parcela de vida privada. De hecho, a medida que crezcan tendrán más secretos, hemos de asegurarnos de no traspasar la línea que haga a nuestros hijos perder la confianza en nosotros leyendo su diario o presionándoles para que nos cuenten todo. Y sí hemos de hacerles saber que pueden contarnos cualquier cosa, que siempre estaremos con ellos y les apoyaremos.
Dibujar o hacer manualidades: ya tenemos suficiente trabajo como para limpiar lo que el niño ensucia cuando pinta, colorea, recorta o manipula con plastilina, ¿no? Pues es un grave error porque estaríamos coartando su creatividad e imaginación.
Preguntar: los niños a lo largo de su vida pueden hacer decenas, miles, millones de preguntas acerca de cualquier cosa. Incluso aunque tengan la respuesta, ellos preguntan. Estas preguntas pueden catalogarse en fáciles, difíciles, imposibles y «glups», que son aquellas que nos hacen sudar porque no sabemos ni cómo enfrentarnos a ellas. Pues bien, ni siquiera en esos casos debemos ignorarles, pedirles que se callen o no contestarlas. Esa comunicación abierta en la que respondemos, aunque estemos cansados, a sus preguntas, sienta las bases de un vínculo fuerte entre padres e hijos.
Ser codicioso: sí, así dicho suena extraño, nadie debería ser codicioso. Nos referimos al imperativo legal de muchos padres de obligar a los niños a compartir sus cosas en cualquier momento y en cualquier circunstancia. ¿Por qué deben hacerlo? Sí debemos enseñarles a compartir, pero nunca obligarles y menos aún quitarles aquello con lo que están jugando para que otro niño juegue.