En la Escuela Infantil Pizquito, para apostar por la educación emocional, nos hemos formado en la metodología de la Disciplina positiva, tanto como formadores de aula como de familias y, de esta forma, estamos capacitados para abordar nuestra labor desarrollando capacidades y que los niños sean conscientes de ellas, con amabilidad y firmeza, siendo ésta respetuosa y motivadora. Todo ello nos ayuda a desarrollar habilidades sociales y emocionales.
Cuando de lo que hablamos es de formar personas, tenemos que pensar en dos direcciones. Por un lado, la necesidad de formar personas que sean capaces de gestionar sus emociones. Y, por otro lado, para poder educar en esa gestión de las emociones precisamos primero de profesionales (Maestros/Educadores) capacitados. Somos los adultos (profesionales y familias) los que debemos formarnos o darle la enorme importancia que tiene, para posteriormente ser capaces de educar.
Compartimos con ustedes el artículo “Sin educación emocional, no sirve saber resolver ecuaciones” de Ana Torres Menárguez, en el habla de que lo que hemos comentado.
Rafael Guerrero es uno de los pocos profesores de la Universidad Complutense de Madrid que enseña a sus alumnos de Magisterio técnicas de educación emocional. Lo hace de forma voluntaria porque el programa académico de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia- no incluye ninguna asignatura con ese nombre. “Muchos de los problemas de los adultos se deben a las dificultades en la regulación de las emociones y eso no se enseña en la escuela”, explica Guerrero.
Se trata de enseñar a los futuros maestros a entender y regular sus propias emociones para que sean capaces de dirigir a los niños y adolescentes en esa misma tarea. “Mis alumnos me cuentan que nadie les ha enseñado a regularse emocionalmente y que desde pequeños cuando se enfrentaban a un problema se encerraban en su habitación a llorar, era su forma de calmarse”, cuenta el docente. Inseguridad, baja autoestima y comportamientos compulsivos son algunas de las consecuencias de la falta de herramientas para gestionar las emociones. “Cuando llegan a la vida adulta, tienen dificultades para adaptarse al entorno, tanto laboral como de relaciones personales. Tenemos que empezar a formar a profesores con la capacidad de entrenar a los niños en el dominio de sus pensamientos”.
La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la definición de quienes acuñaron el término a principios de los noventa, los psicólogos de la Universidad de Yale Peter Salovey y John Mayer. La inteligencia emocional se traduce en competencias prácticas como la destreza para saber qué pasa en el propio cuerpo y qué sentimos, el control emocional y el talento de motivarse, además de la empatía y las habilidades sociales.
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