Poner límites a los niños es un pilar básico en la disciplina positiva. No es fácil de entender de primeras, y mucho menos de aplicar. Pero vale la pena profundizar en el tema por los resultados que reporta.
La disciplina positiva fomenta las relaciones responsables y respetuosas en cualquier ámbito vital: la familia, la pareja, el colegio… Es parte de la psicología de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, la cual fue difundida posteriormente por Jane Nelsen y Lynn Lott. Juntas escribieron el manual «Disciplina Positiva: cómo educar con firmeza y cariño». En él se sistematiza un modelo cuyo objetivo es conformar relaciones respetuosas con la comunidad.
La confianza y el respeto despiertan en los más pequeños el autocontrol y fomentan su autoestima, posibilitando un desarrollo equilibrado hacia la autonomía y la responsabilidad adulta.
Criar a un hijo nunca es fácil. La educación recibida por los propios progenitores, las circunstancias familiares, el carácter del menor… Son muchos los factores determinantes.
Existen tres estilos de crianza parental:
¿Qué significa ser firme y amable al mismo tiempo? La disciplina positiva se basa en la amabilidad y la firmeza conjunta, algo que, en ocasiones, da lugar a confusiones entre los padres: Amabilidad no es ser permisivo, ni firmeza es mostrarse enfadado. Hay que entenderlo como un equilibrio en el que los extremos no tienen cabida.
Lo normal es que los progenitores salten de un extremo a otro. Un día se levantan con la voluntad de ser amables, condescendientes y cariñosos con sus pequeños; no obstante, si los niños no responden como ellos esperan, pasan inmediatamente a la firmeza. Un tira y afloja que resulta emocionalmente agotador y que no proporciona los resultados esperados.
En la práctica, estos opuestos complementarios suelen manifestarse de una forma muy concreta: uno de los padres será más firme; el otro, más amable. La clave está en que ambos deben compensar ambas fuerzas.
¿Cómo conseguirlo? En primer lugar, lo básico es partir siempre desde la comprensión y la validación de los sentimientos del niño. No hay que argumentar en exceso, ni intentar presionarlo. Si ha tomado una decisión, debe tener el espacio suficiente para que perciba las consecuencias.
Este estadio es el más difícil de mantener para los padres. Dejar que el hijo defina lo que está experimentando y que pueda afrontar la posible decepción es capital. Si eso sucede, el papel de los progenitores se ciñe únicamente a acompañar al pequeño durante su procedimiento de entendimiento. Los niños evolucionan y crecen también a partir del sufrimiento; si no se le rescata, experimentará todas las sensaciones y tendrá herramientas en el futuro para poder aceptarlas y superarlas. Los errores son excelentes oportunidades para el aprendizaje.
Dejarle capacidad de decisión no significa que haga lo que le apetezca. Los padres deben ayudarle a pensar de forma racional sobre las situaciones y las consecuencias que pueden tener sus actos. Asimismo, ante una petición comprometida, no hay que tener miedo a decir que no. Lo importante es mantenerse firme en los límites y las normas impuestas, pero siempre desde el cariño y la amabilidad. Esto conllevará diálogo, participación y resolución mutua.
Por supuesto, ser amable y firme a la vez no garantiza obediencia plena e inmediata. Mantener una amabilidad constante en el trato diario les hará sentirse respetados; por tanto, serán más proclives a colaborar y mejorará el ambiente familiar. La amabilidad fomenta el respeto hacia los hijos; la firmeza promueve el respeto a uno mismo. No hay que gritar, enfadarse ni reprochar. Se trata de mantener constante una postura de manera que la entiendan y respeten.
Poner límites a los niños con firmeza y amabilidad es todo un reto, pero, con el tiempo, el esfuerzo dará sus frutos y los cambios positivos se harán palpables.
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Fuentes de referencia:
https://disciplinapositivaespana.com/
https://www.fundacionedelvives.org/es/Noticias/d/disciplina-positiva-educar-con-amabilidad-y-firmeza